No sé si os he dicho que al escribir cada anécdota o recuerdo en el blog, me vienen a la cabeza un montón de vivencias que casi tenía olvidadas. Espero que con el relato de algunas de ellas, se haya despertado en las vuestras el germen del recuerdo perdido y que os haya servido para revivir épocas pasadas. Creo que las fotografías también han sido un vehículo para rememorar situaciones de aquellos años y que solo figuraban en la nebulosa confusa de tiempos lejanos.
En la excursión más famosa de nuestra existencia, ocurrieron cientos de historias, que cada uno de nosotros tendrá muy guardada en su memoria. Con el relato de algunas de ellas, se han desempolvado unas cuantas de las que viví en aquel junio de 1985 y que sé que no se volverán a repetir.
No voy a relatar todos los preparativos del día del viaje, entre otras cosas, porque no me acuerdo de ellos, solo que la Universidad nos obsequió con unas cuantas viandas en forma de chorizos Revilla, manzanas, naranjas, pan y alguna cosa más que metimos en la bodega del autobús de Pérez Ratón, junto a todas nuestras pertenencias, incluida la famosa maleta de Manuel Ángel, que aún no sabía el destino tan accidentado que le iba a tocar vivir en una curva de la carretera de Madrid-Andalucía A-4, en el camino de regreso.
Nos subimos al autobús, ya entrado el atardecer y emprendimos el viaje desde la lonja de la Laboral con el ánimo henchido y las hormonas juveniles ávidas de playa, mar y alcohol. Cuando pasamos la sierra de Béjar ya era noche cerrada y a medida que íbamos adentrándonos en la provincia de Cáceres, muchos de los compañeros comenzaban a sucumbir en los brazos de Morfeo, mecidos por las curvas de la serpenteante carretera y los traqueteos de algún que otro bache. Hubo, al menos tres de nosotros que no pudimos pegar ojo en toda la noche y acompañamos a Candi en su conducción experta y ágil, entreteniendo su mente para que no se durmiera. Sé que uno de ellos era Mariano, que se sentó a mi lado en uno de los asientos delanteros y que ejerció de guía cuando pasamos cerca de su casa en Candelario y la comarca salmantina de Béjar. Otro fue Ricardo que fue el que más conversación le dio al conductor porque sus preguntas eran de tipo profesional...toda la noche hablando de camiones, de motores, de caballos de potencia, de número de ejes, de carreteras, etc. Y el otro era yo, que no es que no me quisiera dormir, es que nunca he sido capaz de hacerlo cuando estoy en un vehículo que va sobre una carretera. Cuando estudié en Salamanca, que durante el primer año, iba y venía todos los días, veía a todos los demás estudiantes de diferentes cursos con las cabezas desencajadas, cayéndoseles las babas, descoyuntados, incluso, roncando en sólo una hora de recorrido y yo nunca fui capaz de quitar el ojo de la carretera...quizás por eso hoy, mi profesión sea la que es actualmente...
Así fueron pasando los kilómetros de la Ruta de la Plata y de madrugada, ya habíamos pasado la mayor parte del recorrido. No recuerdo muy bien donde hicimos un descanso, me suena un lugar llamado Monesterio o cerca de allí, eran poco más de las 8 de la mañana y ya hacía calor. Bajamos del autobús y salimos a corretear por un campo al lado de la carretera, donde se tomaron estas fotografías tan subrealistas. Recuerdo también haber hablado con un tipo un poco raro que hacía la ruta hacia tierras andaluzas subido en una bicicleta llena de cachivaches y que nos intentaba convencer de que su vida estaba llena de aventuras al estilo del ingenioso hidalgo Don Quijote, que yo creo que era su viva reencarnación.
Cuando nuestro entrañable conductor se recuperó del cansancio, reeprendimos el camino sin pausas hasta Sevilla y su Universidad, pasando por la S-30 y el calor asfixiante de la humedad del Guadalquivir. Fue una decepción muy grande porque todos esperábamos un edificio tan elegante y cómodo como el nuestro, pero nos encontramos con un complejo mal cuidado y cochambroso, con habitaciones muy pequeñas y descuidadas (Si las ve el Pepe, le da un infarto) y por si fuera poco, los sevillanos vieron la matrícula del autobús: ZA y dijeron: "Mira, han venio' de Saragosa a visitarno". Aún no sabían lo que eran capaces de hacer un autobús lleno de topos de La Octava.
Voy a dejar unos comentarios sobre las fotos, que me gustaría, fueran completados por vosotros, pero, como salgo en las tres que hay, recuerdo cómo fueron hechas. En la primera estamos el mi Paco y yo con el pecho hinchado, los puños apretados y cara de enfadados, en un murete de una vaguada, al lado de la carretera, poco antes de hablar con el ciclista vagabundo. En la segunda, donde aparecemos: Julio Indioz al fondo, como en el cuadro de las Meninas, Carro, Chin y yo, subidos en la roca, en la que estoy a punto de dar uno de mis saltos hipo-huracandos para que quedara para la posteridad, pero que el fotógrafo no logró captar, ya que hizo la foto antes del momento crucial. Lo que si recuerdo fue el aterrizaje que fue más expectacular que el salto porque a punto estuve de partirme la crisma. En la tercera foto, Mateos no sé si está cantando por bulerías, Paco se asoma a un plano de la instantánea, yo, permanezco inmóvil a las órdenes de Chin, que no sé que es lo que pretendía desde el pedestal, pero creo que era para hacer una especie de montaje en el que aparentara estar subido en mis hombros. Todo esto es observado en un primer plano por el pecho de Carro, mostrándonos su atlética tableta de chocolate, con su eterna fruta de la mano.
En la excursión más famosa de nuestra existencia, ocurrieron cientos de historias, que cada uno de nosotros tendrá muy guardada en su memoria. Con el relato de algunas de ellas, se han desempolvado unas cuantas de las que viví en aquel junio de 1985 y que sé que no se volverán a repetir.
No voy a relatar todos los preparativos del día del viaje, entre otras cosas, porque no me acuerdo de ellos, solo que la Universidad nos obsequió con unas cuantas viandas en forma de chorizos Revilla, manzanas, naranjas, pan y alguna cosa más que metimos en la bodega del autobús de Pérez Ratón, junto a todas nuestras pertenencias, incluida la famosa maleta de Manuel Ángel, que aún no sabía el destino tan accidentado que le iba a tocar vivir en una curva de la carretera de Madrid-Andalucía A-4, en el camino de regreso.
Nos subimos al autobús, ya entrado el atardecer y emprendimos el viaje desde la lonja de la Laboral con el ánimo henchido y las hormonas juveniles ávidas de playa, mar y alcohol. Cuando pasamos la sierra de Béjar ya era noche cerrada y a medida que íbamos adentrándonos en la provincia de Cáceres, muchos de los compañeros comenzaban a sucumbir en los brazos de Morfeo, mecidos por las curvas de la serpenteante carretera y los traqueteos de algún que otro bache. Hubo, al menos tres de nosotros que no pudimos pegar ojo en toda la noche y acompañamos a Candi en su conducción experta y ágil, entreteniendo su mente para que no se durmiera. Sé que uno de ellos era Mariano, que se sentó a mi lado en uno de los asientos delanteros y que ejerció de guía cuando pasamos cerca de su casa en Candelario y la comarca salmantina de Béjar. Otro fue Ricardo que fue el que más conversación le dio al conductor porque sus preguntas eran de tipo profesional...toda la noche hablando de camiones, de motores, de caballos de potencia, de número de ejes, de carreteras, etc. Y el otro era yo, que no es que no me quisiera dormir, es que nunca he sido capaz de hacerlo cuando estoy en un vehículo que va sobre una carretera. Cuando estudié en Salamanca, que durante el primer año, iba y venía todos los días, veía a todos los demás estudiantes de diferentes cursos con las cabezas desencajadas, cayéndoseles las babas, descoyuntados, incluso, roncando en sólo una hora de recorrido y yo nunca fui capaz de quitar el ojo de la carretera...quizás por eso hoy, mi profesión sea la que es actualmente...
Así fueron pasando los kilómetros de la Ruta de la Plata y de madrugada, ya habíamos pasado la mayor parte del recorrido. No recuerdo muy bien donde hicimos un descanso, me suena un lugar llamado Monesterio o cerca de allí, eran poco más de las 8 de la mañana y ya hacía calor. Bajamos del autobús y salimos a corretear por un campo al lado de la carretera, donde se tomaron estas fotografías tan subrealistas. Recuerdo también haber hablado con un tipo un poco raro que hacía la ruta hacia tierras andaluzas subido en una bicicleta llena de cachivaches y que nos intentaba convencer de que su vida estaba llena de aventuras al estilo del ingenioso hidalgo Don Quijote, que yo creo que era su viva reencarnación.
Cuando nuestro entrañable conductor se recuperó del cansancio, reeprendimos el camino sin pausas hasta Sevilla y su Universidad, pasando por la S-30 y el calor asfixiante de la humedad del Guadalquivir. Fue una decepción muy grande porque todos esperábamos un edificio tan elegante y cómodo como el nuestro, pero nos encontramos con un complejo mal cuidado y cochambroso, con habitaciones muy pequeñas y descuidadas (Si las ve el Pepe, le da un infarto) y por si fuera poco, los sevillanos vieron la matrícula del autobús: ZA y dijeron: "Mira, han venio' de Saragosa a visitarno". Aún no sabían lo que eran capaces de hacer un autobús lleno de topos de La Octava.
Voy a dejar unos comentarios sobre las fotos, que me gustaría, fueran completados por vosotros, pero, como salgo en las tres que hay, recuerdo cómo fueron hechas. En la primera estamos el mi Paco y yo con el pecho hinchado, los puños apretados y cara de enfadados, en un murete de una vaguada, al lado de la carretera, poco antes de hablar con el ciclista vagabundo. En la segunda, donde aparecemos: Julio Indioz al fondo, como en el cuadro de las Meninas, Carro, Chin y yo, subidos en la roca, en la que estoy a punto de dar uno de mis saltos hipo-huracandos para que quedara para la posteridad, pero que el fotógrafo no logró captar, ya que hizo la foto antes del momento crucial. Lo que si recuerdo fue el aterrizaje que fue más expectacular que el salto porque a punto estuve de partirme la crisma. En la tercera foto, Mateos no sé si está cantando por bulerías, Paco se asoma a un plano de la instantánea, yo, permanezco inmóvil a las órdenes de Chin, que no sé que es lo que pretendía desde el pedestal, pero creo que era para hacer una especie de montaje en el que aparentara estar subido en mis hombros. Todo esto es observado en un primer plano por el pecho de Carro, mostrándonos su atlética tableta de chocolate, con su eterna fruta de la mano.
Creo que alguna de estas fotos si que sales en el aire, dame tiempo que las busque y pueda pasrtela, aparte de algunas mas que aunque no muy buenas, son fotos y recuerdos que es de lo que se trata. Hablando de tabletas, entonces las teniamos incluso Chin y yo, que seremos los hoy por hoy tambien los que más tenemos, pero, solo con una tableta......jejejeje,jajaja, cambiaraaaaaaaaá.
ResponderEliminarJulio, estoy esperando ansioso a que me mandes esas fotos. Si tienes problemas técnicos, comunicámelo y si está en mis manos te ayudo a hacerlo.
ResponderEliminarTodos hemo engordado en estos años, o la mayoría de nosotros. Ahora yo no podría saltar ni del tercer peldaño de una escalera sin sufrir una rotura de cocix.