miércoles, 3 de noviembre de 2010

Un paseo por el patio (2007)













Desde el ala sur del edificio nos encaminamos a la parte norte, donde están los talleres y en el trasiego de un lado a otro, pasamos por el patio central, un lugar que confiere al edificio un aire de amplitud y ecologismo, raro de encontrar en edificaciones posteriores, véase la grillera.
El espacio del que hablo, lo utilizamos bastante, pero seguramente poco en comparación con generaciones de estudiantes salesianos de épocas anteriores, aún así, mi memoria tiene unos cuantos acontecimientos grabados de nuestros días vividos entre los setos, árboles, estanque, soportales y jardines.

Al salir desde las puertas que daban acceso a las aulas de ingeniería, nos encontramos de bruces con la luz cegadora de aquella mañana soleada del mes de junio. Las piedras inmóviles del empedrado geométrico de figuras indefinibles, se sorprendieron al ser pisadas por los mismos pies de hace 25 ó 30 años y por un momento parecieron removerse de su puesto inmutable para darnos la bienvenida. Los álamos, pinos y abetos se enorgullecieron de vernos regresar de nuevo y se daban codazos con sus ramas, ayudados de una suave brisa y sus hojas murmuraban entre risas apagaciguadas, recordando nuestras andanzas entre sus regazos. Nos acogieron con sus copas henchidas a la hora de hacernos unas fotografías de grupo a la sombra de sus troncos y los altivos cipreses estiraron su puntiaguda silueta para asomarse a la ciudad por encima de los tejados y los muros para gritar a Zamora, con orgullo que "La Octava" había vuelto a la Universidad Laboral.

Recuerdo alguna tarde de otoño cuando el sol se iba escondiendo en los tejados de los talleres, sentado en uno de los bancos de piedra, al abrigo casi maternal de los setos ornamentales de los arbustos de las plantas arizónicas, respirando ese olor inconfundible que desprendían y leyendo el libro: "Los Bravos" de Jesús Fernández Santos, que nos había mandado como tarea la entrañable profesora de lengua y literatura, "La Jarpo" (lo siento, no recuerdo su nombre), que también fue víctima de nuestros famosos cambios de fechas para exámenes a última hora. El susodicho libro me pareció un verdadero tostón y recuerdo a duras penas el argumento, pero tengo que agradecer que gracias a ella, comenzó mi afición por la lectura. Hizo grupos de dos en clase y a cada uno de los grupos, les mandó un libro diferente. A Orduña Justo y a mí, nos tocó el que acabo de relatar, pero recuerdo que a Aguado y Paco, les tocó "El misterio de la cripta embrujada"de Eduardo Mendoza y siempre que se ponían a leerlo, como estábamos en la misma habitación, les oía como se descojonaban de la risa y eso hizo que me entrara la curiosidad y terminé por leerlo también. Este hecho hizo que cambiara mi actitud frente a los libros porque me enganchó desde el inicio hasta el final y desde ese momento, han sido muchos los que he leído y cuando uno, consigue sorprenderme de forma especial, siempre me acuerdo de aquella profesora de aire progre y simpática. A este respecto, seguro que Aguado tiene una anécdota que contar.

El estanque central del patio, rodeado de los árboles, sirvió en muchas ocasiones de matraz para muchas de las piezas que hacíamos en los talleres, que se fue convirtiendo en una especie de tradición, como lo es echar monedas en la Fontana de Trevi y cuando terminaba el curso ,algunos de nosotros desatábamos nuestra euforia de aquella manera tan rebelde. En esta ocasión no me fijé si en el fondo del estanque brillaba algún metal en forma de: ajuste, plomada, U, biela o lo que fuera.

El patio fue testigo de nuestros juegos en los recreos y solo consigo recordar lo que hacíamos el último año, cuando el resto de los cursos esperaban ansiosos nuestros espectáculos diarios; el tiro de la cuerda, la mosca, rotura de cabezas de novatos con puertas varias, el cinto, etc.
Se me encoge el corazón cuando pienso en el sepelio de nuestro querido "Don Huevone" y la comitiva afligida, encabezada por nuestro delegado, seguido del resto de la desconsolada clase, tras el ataúd con los restos calcáreos del infortunado finado. ¡Cómo me hubiera gustado conservar la esquela que yo mismo hice para anunciar tan trágico acontecimiento!

Otro recuerdo que me viene a la memoria y que no quiero dejar pasar la oportunidad de incluirlo en esta entrada es "la caza de Gamusinos", esos animalitos tan escurridizos que salían de sus madrigueras cuando se hacía de noche.


Cierto día, en la primavera de 1983, cuando cursábamos 1º de F.P.II y olía a fin de curso por los cuatro costados, unos cuantos de nosotros, que estábamos hartos de estudiar para los exámenes finales, decidimos hacer una pausa para quitar tensiones y bajar al patio para cazar gamusinos.

Se eligió como víctima propiciatoria a Isidro, que no sé si aceptó resignado su papel o es que no sabía lo que eran los susodichos animalitos. Tengo que confesar que si hubiera sido yo el elegido para tal misión, hubiera quedado como un idiota, porque yo si que no sabía de la existencia de tal especie en la fauna autóctona de nuestro patio. Él, por desconocimiento o por dar gusto a los demás, se metió en su papel y si no conocía la técnica de caza, desde luego que hizo una actuación digna de los mejores teatros.

Liamos el tema desde las ajetreadas habitaciones, intentando hacerlo de forma furtiva y exclusivista, como dando a entender que los participantes en la batida, eran unos afortunados y por todos los medios había que intentar que se enterara la menor cantidad de gente posible, claro, el intercepto, tenía que sentirse un privilegiado por ser uno de los elegidos e Isidro mordió el anzuelo.

Lo primero que teníamos que conseguir era un saco opaco porque, una vez que consiguiéramos meterlos dentro, se quedaban quietos y no se intentarían escapar. Cogimos un macuto que aportó Masico con una sonrisa pícara dibujada en su cara al saber que iba a ser Isidro el sujeto de la broma. No recuerdo cómo, pero conseguimos una cantidad bastante considerable de mondas de naranjas que bajamos disimuladamente en unas bolsas a la zona donde uno de nosotros esperaría a que los gamusinsos, asustados por la batida ruidosa de los demás cazadores, fueran encauzándolos hasta el lugar elegido y allí, se meterían las cáscaras de naranja dentro del macuto, cerrándolo inmediatamente con la cremallera; caza hecha.


Bajamos al patio y me parece estar percibiendo en mi rostro cómo el aire de aquella noche de mayo comenzaba a ser más cálida, anunciando el próximo verano. También me parece estar oliendo aquella mezcolanza de aromas de las plantas, flores y árboles del entrañable patio y de estar viendo los ojos abiertos con las pupilas dilatadas de nuestro querido amigo, nervioso y temeroso ante un acontecimiento único e irrepetible porque una vez que se cazaban, los demás se daban cuenta y ya no volvían a caer en la misma trampa. Yo mismo, me dejé llevar por las indicaciones profesionales de los que ya habían cazado gamusinos muchas veces en sus pueblos. Comenzamos la batida desde la zona del frontón, donde se guardaban los karts y las bicis, recorriendo la zona central del patio, con el estanque en medio, dando voces y haciendo aspavientos: "mira, por allí van dos", "joder, que grandes son esos", "corre Paco que se escapan", "cuidado que se suben a los árboles". Yo no veía nada, pero también daba voces como un gilipollas e Isidro que iba cerca, también hacía lo mismo, agachado con las manos abiertas como intentando meter las gallinas en el su gallinero.
Llegamos al final del área central del patio, en frente de la cantina, donde no recuerdo quien estaba, con el macuto abierto para que entraran solos los misteriosos gamusinos, al grito de "¡Ya está, tengo un montón e ellos!". Con el dedo en los labios, mandándonos callar para que no se asustaran, nos dijo que lo mejor para verlos y que se quedaran quietos, era llevarlos a un sitio mullido y con luz artificial y así se quedaban inmóviles, como petrificados. Le dijo a Isidro que fuera él el que llevara el macuto lleno de gamusinos, es decir, lleno de mondas de naranjas y otras menudencias, por ser el iniciado en la caza y con mucho cuidado, transportarlo hasta el lugar idóneo; su cama. Subimos a las habitaciones, todos en procesión y en el más absoluto silencio, con el corazón a más de cien pulsaciones por la emoción de ver a los animales que nadie sabía explicar como eran exactamente. Llegamos a su habitación, encendimos las luces, abrimos su cama y con las sábanas y manta levantada, Isidro ayudado por los expertos, con el macuto boca abajo para que no viera el contenido, abrieron la cremallera y se le llenó la cama de todas aquellas mondaduras de naranja, papeles de chocolatinas, etc. Todos nos empezamos a reír a carcajadas, pero uno de los más sorprendidos era yo por no ver a esos seres tan enigmáticos de los que nunca había oído hablar y que no se criaban en Carrascal y eso que yo era un "correcaminos" y me recorría el pueblo de cabo a rabo sin haber dado con ellos nunca. No sé que esperaba, pero me decepcionó mucho no ver unos animalitos pequeños, peludos, simpáticos y escurridizos, faltos de cariño.
Isidro sí que reaccionó como en él era habitual: nos miró con el macuto en una mano, mientras con la otra sujetaba la sábana de su cama, mostrándonos la camada de gamusinos inmóviles y dispersos encima de su colchón con una sonrisa resignada más parecida a una mueca torcida y acertó a decir: "CABRONES".


Cuando terminamos de hacernos unas fotografías del grupo, nos dirigimos a los talleres, que será objeto de otra entrada.

1 comentario:

  1. Entrada corta: El misterio de la cripta embrujada y Pura Vida, son los dos únicos libros que he leido enteros...., ya continuaré con esta historia.

    ResponderEliminar