Esta entrada va a ser escrita con menos pretensiones literarias que la anterior, pero no me pude reprimir en el relato, un poco barroco de las sensaciones experimentadas en ese lugar. Dado que iba a hablar de los libros que nos hicieron leer en la asignatura de lengua y literatura, creí conveniente el adorno.
Desde el patio, fuimos pasando al interior de los talleres, donde, posiblemente pasáramos el mayor número de horas de nuestra formación. Aunque a muchos de nosotros, los conocimientos adquiridos en aquel lugar, con aquellas máquinas y herramientas y teniendo como maestros a los mejores profesionales, no los utilizamos en nuestra vida actual, otros muchos compañeros, han hecho de las enseñanzas, su medio de vida, ampliando y adaptándose a las nuevas tecnologías, pero sin perder de vista la esencia de lo que aprendimos en aquellos recintos.
La sensación de volver a pisar aquel suelo adoquinado de madera casi centenaria, el olor a los diferentes aromas intrínsecos del lugar, de los que ya hemos hablado en otra entrada anterior, el color verde apagado de tornos, fresas, limadoras, etc. hizo que cientos de recuerdos y anécdotas se agolparan en nuestra memoria. Como he dicho en varias ocasiones, cada uno tiene una visión particular de su paso por esta Universidad, pero no creo equivocarme en decir que los talleres constituyeron para todos nosotros un antídoto contra el aburrimiento, salvo el primer año, en el que no hicimos otra cosa que limar cruzado, desbastando todo tipo de piezas, que tendrían un objetivo claro y fundamental en nuestra psicomotricidad, pero que yo no entendía en absoluto porque a la 2ª hora de limar la "U", ya había desentrañado los secretos de la lima basta y sus derivados.
Una cosa que sí me sorprendió mucho, al volver por allí, después de tantos años, fue el tamaño de los "Cumbre", "Microtor" y toda la familia de fresas, etc. Me parecieron de juguete en comparación con la idea que tenía sobre ellos y no sé porqué, dado que en todos los años que nos separan de su utilización, al menos yo, no he crecido tanto.
Recorrimos todos los recobecos de cada sección y casi nada había cambiado desde que un día ya lejano traspasamos aquellas puertas enfundados en los monos azules con destino a nuestro futuro.
Me imagino que para todos nosotros este lugar está repleto del mayor número de historias, algunas de ellas buenos recuerdos y otras no tan buenos. Yo, como en todo mi paso por la Laboral, tengo de las dos clases y aquí voy a recordar una que no es ni graciosa ni de buenos recuerdos para mí.
En este caso voy a contar algo que me ocurrió a mi solo.
En mi vida, supongo que me han engañado bastantes veces, de hecho, creo que me engañan o me estafan o me roban a diario...bueno, de esto no voy a hablar en este blog. En mis años de estudiante en la Uni, recuerdo tres agravios importantes que aún llevo grabados a fuego en mi resentida memoria; de uno ya he hablado en la entrada de "la banda sonora de una época", cuando me robaron toda mi colección de música favorita del cajón de mi mesa de la habitación. Aquello me hizo mucho daño, no por el hecho de quedarme sin mis cassettes favoritos, si no por tener la sensación de sospecha de los compañeros que hasta entonces creía honestos y amigos, pero lo superé pensando que uno no podía impedir que los demás fueran gente honrada y normal. Otro hecho negativo, fue culpa de mi ingenuidad al pensar que todo el mundo era bueno y prestar dinero a un compañero porque lo necesitaba, según él, para irse a su pueblo el fin de semana y que me lo devolvería el lunes. No fue más que 400 pesetas, pero sentir la impotencia de ir una y otra vez a pedírselas y tratarme como a un memo idiota, ha sido una de mis peores sensaciones en mi vida por no tener el valor de romperle la cara. El sujeto en cuestión se llamaba de apellido Mielgo y espero al menos que las 400 pesetas le sirvieran para satisfacer sus necesidades. Después me enteré que lo que me hizo a mi, lo repitió a lo largo del curso con muchos compañeros. ¿Alguno de vosotros tuvo el mismo caso con este u otro sujeto parecido?
Pero, sin duda, la afrenta que más me dolió, ocurrió en también en el primer curso de F.P.I y en el taller. El profesor de taller por aquel entonces era D.César, que nos daba lima. Reconozco que era un buen profesor, pero a mí me lo hizo pasar bastante mal con el trato recibido. Si recodáis, cada uno teníamos un banco de trabajo en fila de a tres, enfrentados con otros tres, cada uno con un tornillo en su puesto de trabajo, donde poníamos nuestras piezas para limar, etc. Debajo, disponíamos de una cajón individual con la herramienta necesaria, todo bajo llave que estaba en una vitrina y que cogíamos al llegar a nuestro puesto y que debíamos dejar cuando nos íbamos. No recuerdo con exactitud toda la herramienta de la que disponíamos y seguro que entre todos podríamos llenar el cajón con nuestro recuerdo, pero contabilizo: unas 6 ó 7 limas de diferentes tamaños, aceitera, martillo, compás, puntero, escuadra, trapos, tiza, calibre o pie de rey...
Con éste último es con el que tuve el problema, pues desapareció de mi cajón y nadie me lo había cogido, con lo cual, me lo habían quitado. Se lo dije a D. César y montó en cólera. Me dijo que lo buscara y que no me fuera del taller sin haberlo encontrado. Me volví loco y estuve todo el tiempo que duró la clase, haciendo abrir todos los cajones de los compañeros sin resultados, obviamente, porque alguien lo había cambiado de sitio con la intención de no volverlo a poner donde lo cogió. Le fui a comunicar mis pesquisas y me trató de ladrón y que yo había sido el que me había quedado con el puto calibre y estaba haciendo teatro. Esto me sentó muy mal y desde ese momento se cayó por tierra el concepto que tenía sobre el maestro que hasta la fecha, me había parecido de trato paternal. Lo peor fue saber que no sólo había gente que no te devolvía el dinero prestado, si no que tenía compañeros que eran uno ladrones.
Me dijo que puesto que el calibre no aparecía y sospechaba que yo era el responsable, tenía que traer otro calibre al cajón. No dije nada en mi casa y poco a poco tuve que ir ahorrando para comprar el calibre o pie de rey (¡viva la república!) y dárselo a D.César, que me lo cogió sin decir nada. Lo compré en una ferretería que había en la calle Príncipe de Asturias con Regimiento de Toledo, que no sé si existe todavía, pero que se dedicaba también a la venta de ropa de trabajo.
Las relaciones académicas con el profesor, no cambiaron y no tuve problemas para aprobar la asignatura, que a partir de entonces, no solo me pareció tediosa, si no que ir a taller, me resultó violento y con un ambiente enrarecido, con miradas sospechosas a algunos compañeros y cada vez que cruzaba la mirada con el profesor me daban ganas de revelarme y mandarlo a la mierda. Recuerdo aquellas tardes interminables y opresivas y uno de los motivos por los que a punto estuve de abandonar los estudios en los primeros tiempos.
Lo siento por los que tengan a D. César en un pedestal, lo mismo que lo tenía yo, hasta que me sucedió lo relatado.
Desde el patio, fuimos pasando al interior de los talleres, donde, posiblemente pasáramos el mayor número de horas de nuestra formación. Aunque a muchos de nosotros, los conocimientos adquiridos en aquel lugar, con aquellas máquinas y herramientas y teniendo como maestros a los mejores profesionales, no los utilizamos en nuestra vida actual, otros muchos compañeros, han hecho de las enseñanzas, su medio de vida, ampliando y adaptándose a las nuevas tecnologías, pero sin perder de vista la esencia de lo que aprendimos en aquellos recintos.
La sensación de volver a pisar aquel suelo adoquinado de madera casi centenaria, el olor a los diferentes aromas intrínsecos del lugar, de los que ya hemos hablado en otra entrada anterior, el color verde apagado de tornos, fresas, limadoras, etc. hizo que cientos de recuerdos y anécdotas se agolparan en nuestra memoria. Como he dicho en varias ocasiones, cada uno tiene una visión particular de su paso por esta Universidad, pero no creo equivocarme en decir que los talleres constituyeron para todos nosotros un antídoto contra el aburrimiento, salvo el primer año, en el que no hicimos otra cosa que limar cruzado, desbastando todo tipo de piezas, que tendrían un objetivo claro y fundamental en nuestra psicomotricidad, pero que yo no entendía en absoluto porque a la 2ª hora de limar la "U", ya había desentrañado los secretos de la lima basta y sus derivados.
Una cosa que sí me sorprendió mucho, al volver por allí, después de tantos años, fue el tamaño de los "Cumbre", "Microtor" y toda la familia de fresas, etc. Me parecieron de juguete en comparación con la idea que tenía sobre ellos y no sé porqué, dado que en todos los años que nos separan de su utilización, al menos yo, no he crecido tanto.
Recorrimos todos los recobecos de cada sección y casi nada había cambiado desde que un día ya lejano traspasamos aquellas puertas enfundados en los monos azules con destino a nuestro futuro.
Me imagino que para todos nosotros este lugar está repleto del mayor número de historias, algunas de ellas buenos recuerdos y otras no tan buenos. Yo, como en todo mi paso por la Laboral, tengo de las dos clases y aquí voy a recordar una que no es ni graciosa ni de buenos recuerdos para mí.
En este caso voy a contar algo que me ocurrió a mi solo.
En mi vida, supongo que me han engañado bastantes veces, de hecho, creo que me engañan o me estafan o me roban a diario...bueno, de esto no voy a hablar en este blog. En mis años de estudiante en la Uni, recuerdo tres agravios importantes que aún llevo grabados a fuego en mi resentida memoria; de uno ya he hablado en la entrada de "la banda sonora de una época", cuando me robaron toda mi colección de música favorita del cajón de mi mesa de la habitación. Aquello me hizo mucho daño, no por el hecho de quedarme sin mis cassettes favoritos, si no por tener la sensación de sospecha de los compañeros que hasta entonces creía honestos y amigos, pero lo superé pensando que uno no podía impedir que los demás fueran gente honrada y normal. Otro hecho negativo, fue culpa de mi ingenuidad al pensar que todo el mundo era bueno y prestar dinero a un compañero porque lo necesitaba, según él, para irse a su pueblo el fin de semana y que me lo devolvería el lunes. No fue más que 400 pesetas, pero sentir la impotencia de ir una y otra vez a pedírselas y tratarme como a un memo idiota, ha sido una de mis peores sensaciones en mi vida por no tener el valor de romperle la cara. El sujeto en cuestión se llamaba de apellido Mielgo y espero al menos que las 400 pesetas le sirvieran para satisfacer sus necesidades. Después me enteré que lo que me hizo a mi, lo repitió a lo largo del curso con muchos compañeros. ¿Alguno de vosotros tuvo el mismo caso con este u otro sujeto parecido?
Pero, sin duda, la afrenta que más me dolió, ocurrió en también en el primer curso de F.P.I y en el taller. El profesor de taller por aquel entonces era D.César, que nos daba lima. Reconozco que era un buen profesor, pero a mí me lo hizo pasar bastante mal con el trato recibido. Si recodáis, cada uno teníamos un banco de trabajo en fila de a tres, enfrentados con otros tres, cada uno con un tornillo en su puesto de trabajo, donde poníamos nuestras piezas para limar, etc. Debajo, disponíamos de una cajón individual con la herramienta necesaria, todo bajo llave que estaba en una vitrina y que cogíamos al llegar a nuestro puesto y que debíamos dejar cuando nos íbamos. No recuerdo con exactitud toda la herramienta de la que disponíamos y seguro que entre todos podríamos llenar el cajón con nuestro recuerdo, pero contabilizo: unas 6 ó 7 limas de diferentes tamaños, aceitera, martillo, compás, puntero, escuadra, trapos, tiza, calibre o pie de rey...
Con éste último es con el que tuve el problema, pues desapareció de mi cajón y nadie me lo había cogido, con lo cual, me lo habían quitado. Se lo dije a D. César y montó en cólera. Me dijo que lo buscara y que no me fuera del taller sin haberlo encontrado. Me volví loco y estuve todo el tiempo que duró la clase, haciendo abrir todos los cajones de los compañeros sin resultados, obviamente, porque alguien lo había cambiado de sitio con la intención de no volverlo a poner donde lo cogió. Le fui a comunicar mis pesquisas y me trató de ladrón y que yo había sido el que me había quedado con el puto calibre y estaba haciendo teatro. Esto me sentó muy mal y desde ese momento se cayó por tierra el concepto que tenía sobre el maestro que hasta la fecha, me había parecido de trato paternal. Lo peor fue saber que no sólo había gente que no te devolvía el dinero prestado, si no que tenía compañeros que eran uno ladrones.
Me dijo que puesto que el calibre no aparecía y sospechaba que yo era el responsable, tenía que traer otro calibre al cajón. No dije nada en mi casa y poco a poco tuve que ir ahorrando para comprar el calibre o pie de rey (¡viva la república!) y dárselo a D.César, que me lo cogió sin decir nada. Lo compré en una ferretería que había en la calle Príncipe de Asturias con Regimiento de Toledo, que no sé si existe todavía, pero que se dedicaba también a la venta de ropa de trabajo.
Las relaciones académicas con el profesor, no cambiaron y no tuve problemas para aprobar la asignatura, que a partir de entonces, no solo me pareció tediosa, si no que ir a taller, me resultó violento y con un ambiente enrarecido, con miradas sospechosas a algunos compañeros y cada vez que cruzaba la mirada con el profesor me daban ganas de revelarme y mandarlo a la mierda. Recuerdo aquellas tardes interminables y opresivas y uno de los motivos por los que a punto estuve de abandonar los estudios en los primeros tiempos.
Lo siento por los que tengan a D. César en un pedestal, lo mismo que lo tenía yo, hasta que me sucedió lo relatado.
Mielgo, de almeida, me acuerdo hasta de su jeta, fíjate. De lo que no me acuerdo es del affaire del calibre, no sé si es que llevaste el tema discretamente o de lo contrario, es mi memoria la que está discretita, porque estábamos cajón con cajón.... y debería de recordar algo.
ResponderEliminarYa me llegaron los afotos, a partir de ahora tomo nota y las cogeré del blog.
yo recuerdo el apellido, pero no consigo ponerle cara, aunque seguro que si lo viera,. posiblemente recordaria su cara y me costaria ponerle el nombre, cosas de la memoria. por lo demás como dice Chin no recuerdo nada del calibre, aunque,claro en aquella época no estábamos tan unidos como unos años después. Los talleres fueron nuestra válvula de escape, y por supuesto una muy buena base para los que después seguimos con el oficio, aunque pareciera lo contrario.
ResponderEliminarOs garantizo que lo ocurrido con el calibre fue cierto y los que más se enteraron del tema fueron los externos, dado que en aquellos primeros estadíos de nuestra relación, era con los que más me relacionaba: Muñoz, Manuel Luis, Parra...Incluso, creo que alguno de ellos, me acompañó a comprar el puto calibre, eso sí, lo cogí de menos calidad que el sustraído.
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