En la visita que realizamos en 2007 a las diferentes áreas de la Universidad no ocurrieron hechos destacables en cuanto a anécdotas con el calado de las que nos pasaron en cada rincón de sus estancias, pero en el momento de recorrer cada pasillo y cada sala, se nos vinieron muchos recuerdos de nuestro paso por ellos. Ahora, sentado frente a la pantalla del ordenador y con más tiempo de rememorar y ahondar en la memoria de aquellos tiempos, se me vienen a la cabeza muchos episodios vividos en cada uno de estos lugares.
Antes de abandonar la parte alta del ala sur del edificio, donde he contado nuestra visita al psicólogo y la sala de juegos, había muchos más recobecos y pedazos de nuestra memoria personal y colectiva. En cuanto a lo personal, tengo que contar que este era el lugar de nuestras escapadas furtivas al calor de docenas de lunas de amarillo pálido en los tejados grises de pizarra sanabresa. Cuando teníamos decidido salir sin pedir permiso para volver tarde, la estrategia era subir a este lugar y dejar quitado el cerrojo de una de las ventanas de acceso al tejado abuardillado, dejándolo entornado, simulando estar cerrado, pero fácil de abrir desde el exterior con un pequeño empujón. Por lo apartado del lugar, nadie iba por allí a comprobar que todas las ventanas estaban cerradas y mucho menos, pensar que alguien podía ocurrírsele hacer semejante acto de subversión. Llegada la hora de regreso del paseo vespertino, los que teníamos que pasar el pórtico de entrada, no lo hacíamos a la hora convenida, si no a la hora que nos daba la gana y no por esa puerta principal. Nos íbamos por la parte trasera de la Laboral y subíamos por los barrotes de la puerta que está al lado del paraninfo del teatro y desde allí, con agilidad gatuna, saltábamos de tejado en tejado, para llegar a la ventana que habíamos dejado abierta por la tarde, mientras los perros que habían comenzado a dejar sueltos por el patio pasadas ciertas horas, precisamente para evitar que la gente se colara por la puerta trasera de al lado de los talleres, nos miraban estupefactos desde el suelo, sin ser capaces de articular un simple ladrido de aviso. Entrábamos subrepticiamente en la silenciosa oscuridad de los pasillos desiertos para ir serpenteando por todo el edificio con el corazón bombeando sangre mucho más rápido de lo normal y con la adrenalina desbocada por la hazaña realizada. Llegábamos a nuestras habitaciones y nos dejábamos caer rendidos encima de la cama, exahustos y triunfantes por haber burlado una vez más las normas.
Tengo que reconocer públicamente que estos actos de supuesta valentía, los realicé dos o tres veces, pero hubo algún compañero, muy respetable socialmente en la actualidad, que era todo un experto en estas lides. Os propongo un ejercicio de indagación detectivesca para averiguar quién era.
Otra de las secuencias de mi vida de estudiante ocurrida en estos lugares trata de una costumbre que hoy, la considero un poco ruin y egoísta. Ya he contado que algunas veces, Paco y Aguado me acompañaban para ir a buscar a mi novia a la salida del trabajo. Esto siguió ocurriendo a lo largo 1º y 2º de F.P.II y algunas veces quedábamos para regresar a la Uni juntos. De camino, pasábamos por nuestra pastelería favorita; La Gobierna y era cuando nos comprábamos los almendrados y los merengues. No los comíamos por el camino y esperábamos a llegar a la Laboral para subirnos a este lugar tan apartado y darle allí buena cuenta, intentando evitar que nadie nos viera para no compartir ni las migajas con ellos, ya fuera amigo, allegado o mosca cojonera. Lo saboreábamos como el manjar más delicioso y prohíbido del universo y cuando pienso en ello, no puedo por menos que pensar en la escena de la película "Cadena perpetua", cuando los presos acaban de dar brea al tejado de la cárcel y Tim Robins, les consigue unas cervezas frías para celebrar el trabajo bien hecho.
Antes de abandonar la parte alta del ala sur del edificio, donde he contado nuestra visita al psicólogo y la sala de juegos, había muchos más recobecos y pedazos de nuestra memoria personal y colectiva. En cuanto a lo personal, tengo que contar que este era el lugar de nuestras escapadas furtivas al calor de docenas de lunas de amarillo pálido en los tejados grises de pizarra sanabresa. Cuando teníamos decidido salir sin pedir permiso para volver tarde, la estrategia era subir a este lugar y dejar quitado el cerrojo de una de las ventanas de acceso al tejado abuardillado, dejándolo entornado, simulando estar cerrado, pero fácil de abrir desde el exterior con un pequeño empujón. Por lo apartado del lugar, nadie iba por allí a comprobar que todas las ventanas estaban cerradas y mucho menos, pensar que alguien podía ocurrírsele hacer semejante acto de subversión. Llegada la hora de regreso del paseo vespertino, los que teníamos que pasar el pórtico de entrada, no lo hacíamos a la hora convenida, si no a la hora que nos daba la gana y no por esa puerta principal. Nos íbamos por la parte trasera de la Laboral y subíamos por los barrotes de la puerta que está al lado del paraninfo del teatro y desde allí, con agilidad gatuna, saltábamos de tejado en tejado, para llegar a la ventana que habíamos dejado abierta por la tarde, mientras los perros que habían comenzado a dejar sueltos por el patio pasadas ciertas horas, precisamente para evitar que la gente se colara por la puerta trasera de al lado de los talleres, nos miraban estupefactos desde el suelo, sin ser capaces de articular un simple ladrido de aviso. Entrábamos subrepticiamente en la silenciosa oscuridad de los pasillos desiertos para ir serpenteando por todo el edificio con el corazón bombeando sangre mucho más rápido de lo normal y con la adrenalina desbocada por la hazaña realizada. Llegábamos a nuestras habitaciones y nos dejábamos caer rendidos encima de la cama, exahustos y triunfantes por haber burlado una vez más las normas.
Tengo que reconocer públicamente que estos actos de supuesta valentía, los realicé dos o tres veces, pero hubo algún compañero, muy respetable socialmente en la actualidad, que era todo un experto en estas lides. Os propongo un ejercicio de indagación detectivesca para averiguar quién era.
Otra de las secuencias de mi vida de estudiante ocurrida en estos lugares trata de una costumbre que hoy, la considero un poco ruin y egoísta. Ya he contado que algunas veces, Paco y Aguado me acompañaban para ir a buscar a mi novia a la salida del trabajo. Esto siguió ocurriendo a lo largo 1º y 2º de F.P.II y algunas veces quedábamos para regresar a la Uni juntos. De camino, pasábamos por nuestra pastelería favorita; La Gobierna y era cuando nos comprábamos los almendrados y los merengues. No los comíamos por el camino y esperábamos a llegar a la Laboral para subirnos a este lugar tan apartado y darle allí buena cuenta, intentando evitar que nadie nos viera para no compartir ni las migajas con ellos, ya fuera amigo, allegado o mosca cojonera. Lo saboreábamos como el manjar más delicioso y prohíbido del universo y cuando pienso en ello, no puedo por menos que pensar en la escena de la película "Cadena perpetua", cuando los presos acaban de dar brea al tejado de la cárcel y Tim Robins, les consigue unas cervezas frías para celebrar el trabajo bien hecho.
Tenemos un seguidor nuevo. Je, je je,.... pero no sé quién es. Oye chechu, mi niña quiere una copia de los afotos de Cerecinos, ya conoces mi e-milio
ResponderEliminarAyer no me dio tiempo a leer el tratado; Yo no delinquí nunca a ese nivel,claro que según dices, había que gatear por los barrotes de una puerta, lo cual, elimina cualquier posibilidad de exito en tal empresa. Das demasiadas pistas con lodel "delincuente" habitual
ResponderEliminar