Cuando terminamos de hacer las fotografías históricas en la puerta de la Laboral, nos dispusimos a traspasar una puerta mil veces franqueada, que no sólo daba paso a un edificio y a unos recuerdos imborrables. Al pasar bajo umbral, nuestras almas actuales, se unieron a los espíritus adolescentes que todavía deben rondar entre los muros, pasillos, aulas y recovecos y que un día ya lejano quedaron aferrados a este lugar y que nuestros sueños visitan de cuando en cuando sin permiso, porque queramos o no, siguen siendo tan rebeldes y traviesos como hace 30 años.
Al entrar, nos encontramos en el amplio vestíbulo, que no ha cambiado lo más mínimo en todo este tiempo. Es lo primero que nos encontramos todos cuando tomamos contacto con la Uni por primera vez, con la maleta llena de incertidumbre y de la ropa que nos habían pedido que lleváramos en la carta que nos enviaron cuando nos concedieron la beca de internos y que deberíamos marcar con el número que teníamos asignado (en mi caso el 146). Allí me dejaron mis padres el primer día y aquello me pareció enorme, frío, hostil y amenazante...
Con los años, mi visión de los espacios fue cambiando y lo que en principio, me daba la impresión de inmenso, pasó a ser espacioso y de dimensiones controlables, lo frío, pasó a ser acogedor, lo hostil, se convirtió en aliado y lo amenazante en amigable. Me imagino que a vosotros os ocorriría algo parecido, en mayor o menor medida.
De este lugar, como de tantos otros, guardo algún recuerdo anecdótico, que paso a relatar;
En época navideña, solían poner un belén en la entrada, justo bajo la ventana de conserjería, de dimensiones considerables y con bastante detalle en cuanto figuritas, musgo, cartón piedra, corcho, riachuelos con agua, etc.
Nosotros pasábamos a diario frente al nacimiento y en mi caso, lo miraba sin ningún sentimiento religioso, pero sin con admiración. Lo malo es que no teníamos respeto por el sentimiento que pudieran tener otras personas y nuestro espíritu burlón nos llevaba a que a última hora del viernes, antes de irme a casa, me cercionaba de que nadie me estuviera mirando y con furtividad, me acercaba al belén y ponía a las ovejitas de dos en dos en posición de procreación, mientras el distraído pastor las observaba con gesto aburrido. En alguna ocasión reorganicé a lavanderas y unos cuantos pastores más y se los puse de público y el lunes cuando llegué aún seguían mirando el espectáculo. No sé si durante el fin de semana tendría visitantes y curiosos, pero seguramente, más de uno pensaría que la colocación obedecería a un artista empeñado en mostrar la realidad de la época en la que nació Vuestro Señor y no le daría importancia, o se iría a casa escandalizado por la desvergüenza de los universitarios de ahora, nada que ver con los antiguos salesianos. Otros, esbozarían una pícara sonrisa, pensando que algún desvergonzado barbilampiño habría dejado su bromista firma.
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