Después de visitar los comedores, donde tantas historias nos ocurrieron a cada uno de nosotros, deshicimos el camino de regreso al punto de partida, porque las puertas de acceso al patio, desde el comedor, permanecían cerradas.
Estoy haciendo memoria mientras escribo estas líneas y me vienen recuerdos bastante lejanos, creo, que incluso pueden ser del primer año, seguro que sí, porque en aquella época estaban como alumnos, unos sujetos muy particulares que cursaban 2º de F.P.I. Seguro que recordareis a un tal Genaro y sus acólitos, que formaban una especie de mafia elitista y que campaban a sus anchas por los dominios de la Uni; controlaban la sala de juegos, poniendo siempre la música que ellos querían, copaban la mesa de ping-pong y los futbolines.La sala de la televisión era también coto privado y solo se veía lo que a ellos se le antojaba. Incluso, una noche, después de hacer de las suyas, incumpliendo el régimen de horarios de paseo, al regresar a la Laboral, fueron descubiertos por el conserje nocturno en su intento de colarse por los muros del patio de la puerta trasera, como hemos hecho algunos en años posteriores y en vez de ser ellos los recriminados, se revelaron contra el conserje y le dieron una paliza, que desde entonces, hacía las rondas por los pasillos con un buen garrote. Creo que esto fue incluso el motivo por el que terminaron expulsando a unos cuantos. Uno de aquella banda, que no recuerdo como se llama, pero que no era de Zamora, terminó casándose con una zamorana y no hace mucho que lo he visto por la ciudad.
El recuerdo que os quería contar, que se me va la olla, hace referencia al tal Genaro y a la época de la Navidad. El tío era de Alemania o eso decía y en las vacaciones, tenía que ir con su familia, que estaba en su país, pero como se había gastado todo el dinero, nos lo pedía a los novatos. Recuerdo una noche, cuando estábamos cenando en aquellas mesas de seis y se dedicó a ir de una en una pidiendo que le diéramos un duro, no pedía más, explicando para qué lo quería y nosotros, incautos, le dimos las cinco pesetas cada uno de la mesa y esto en la mayoría de las de los novatos, con lo que, seguramente sacaría para el viaje o para correrse una buena juerga a la salud de todos nosotros. En fin, no sé si recodáis este episodio, pero a mí me quedó grabado por lo original y que yo no había visto nunca.
Nos encaminamos a los pasillos que daban acceso a las aulas, pero no tuvimos la suerte de tener ninguna abierta y por falta de tiempo, no pedimos las llaves, con lo que nos tuvimos que conformar con rememorar las hazañas que vivimos en aquellos vetustos corredores de paredes estucadas y suelos de losetas tantas veces pisadas por generaciones de chavales como nosotros en épocas tan diferentes y distantes.
Antes de llegar al recodo del pasillo principal, que deja a la izquierda la puerta de acceso a la iglesia, sí, esa, que simulábamos abrir con la cabeza de algún novato despistado o que le tocara en suerte el día que nos daba por ahí, aún se conservaban los bancos que solíamos frecuentar para sentarnos entre clase y clase y que también utilizábamos como lanzadera para impulsarnos como resortes, todos a la vez, cuando pasaba alguien al que quisiéramos dar un susto. Los bancos estaban enfrentados y nos sentábamos cuatro o cinco en cada uno de ellos, tranquilitos y disimulando estar haciendo algo de forma muy atareada e interesante y de repente, cuando el ínclito estaba justo en medio del trayecto entre los dos bancos, nos levántabamos todos a la vez vociferando y agitando las manos y la víctima se quedaba asustada y petrificada allí en medio, sin saber lo que había pasado y con una taquicardia.
El pasillo principal también fue testigo de nuestras regatas de traineras arrastrando el culo por las losetas, bogando todos a una, en fila de 20 ó 25 tíos, simulando los remos con nuestros brazos y con las voces afanadas en una simulada y disputada competición en la que veíamos pasar las caras asombradas de los atónitos novatos a modo de espectadores inmóviles en los márgenes de la simulada ría del Nervión o de Castro Urdiales, porque Oxford y Cambrigde nos quedan un poco lejos.
Al volver a caminar por este lugar, recuerdo haber sentido una especial emoción por los momentos pasados y en rememoración de algunos de los profesores que dejaron su impronta en las páginas de nuestra vida.
Lo que tienes que hacer, cada vez que vengas y tengas tiempo o ganas, es llamar a alguno ó algunos de tus amigos en Zamora, nos damos una vuelta por la UNI, y después nos tomamos unas cañas y tan agusto.
ResponderEliminarYo del tal Genaro sólo me acuerdo del nombre. El que dices que se casó con una zamorana, era un tipo bien peinao y mu chulín así que era extremeño. También venía de cheste y yo he vuelto a tener tratos con él porque tiene, por parte de la tía, un monte en Mombuey cojonudo y algo le solicité una vez para una subvención que al final no llegó a cuajar.
ResponderEliminarJulio, espero que la próxima vez que vaya a Zamora, tenga un rato para quedar con vosotros, con todos los que quieran tomar unas cañas. Ya os avisaré cuando vaya, pero seguro que la Laboral estará cerrada. Un saludo.
ResponderEliminarel que se casó con la Zamorana sique es extremeño, era compañero de Ricardo, creo que tenía una inmoviliaria, yo tuve una temporada que le veía a menudo por mi zona, creo que enseñando un piso, no recuerdo el nombre, seguro que Ricardo se acuerda.
ResponderEliminarPacho creo que se llamaba el extremeño.
ResponderEliminarSí, el que se casó con una zamorana, fue El Chacho, que se fueron a vivir a Puebla de Sanabria y su suegro le montó un negocio. Era extremeño era muy amigo de Genaro, que éste era alemán, hijo de orensanos. Yo no creo que fuera un jeta, pero sí es cierto, que siempre estaba pidiendo dinero.
ResponderEliminarLos dos eran de mi curso.