Después de los discursos y del reencuentro con los viejos amigos en la sala de la mesa redonda, nos dispusimos a recorrer los lugares más emblemáticos de la Universidad. Si no recuerdo mal, comenzamos subiendo las escaleras que dan acceso a los comedores, pasando al principio del recorrido por un entrañable lugar; el teléfono público que tantos recuerdos le tienen que traer a todos los internos que lo utilizaban para hablar con sus familias tan lejanas en aquellos días. Primero llamaban una vez para que te avisaran y a los diez o quince minutos, volvían a llamar para que diera tiempo para avisarte y bajar de los dormitorios o donde estuvieras. Tengo que decir que yo solo lo utilicé una vez que recuerde, pero muchos internos, sobre todo, los que no veían a sus familias en meses, era una especie de ventana a su casa y seguro que tienen cierta nostalgia al volver a ver este aparato.
Los recuerdos que tengo de estos lugares me llevan a una época en la que a unos cuantos de nosotros, nos dio por no abrir las puertas hasta que alguien pasara por el lugar y la abriera y así, aprovechar el momento para pasar mientras permanecía abierta. Lo hacíamos en tromba, para no tocar ni siquiera los marcos.
Me acuerdo de un día a la hora de comer y quedarnos en el trayecto este, que va desde el vestíbulo principal hasta el pasillo de entrada de los comedores, con la entrada por el patio interior y llegamos tarde a comer por más de diez minutos porque no pasó nadie en ese tiempo, hasta que Federico, el educador, que también llegaba tarde, entró a toda prisa y al verlo llegar con el maletín de la mano y el paraguas en la otra, nos levantamos de los bancos de madera con la mesa de centro en medio, que hay en el pasillo, como si estuviéramos de visita y salimos corriendo detrás de él, para aprovecharnos de su esfuerzo titánico de ir abriendo las puertas. Al ver la situación, se dio la vuelta para preguntar inquisitivo, qué que es lo que estábamos haciendo. Al inventar una excusa tonta dijo: "Ideas de Gangoso, seguro" y es que le tenía ojeriza.
En aquella época, no solo nos aprovechábamos de estas situaciones tan pueriles; intentábamos no pagar nada para que otros nos invitaran y como siempre estábamos sin un duro, abordábamos a los novatos y sin mediar palabra, los poníamos boca abajo agarrados por los pies para que se les cayera el dinero de los bolsillos del pantalón y les decíamos que era el impuesto revolucionario. Amañábamos los las tómbolas que preparaba Juan Andrés, como ya comenté en otra ocasión y actos parecidos que nos dio por hacer, por ello, decidimos llamarnos "LA TRIBU DE LOS GORRONES".
Con el tiempo esto ha cambiado, que nadie piense que seguimos en el mismo plan, aunque a todos nos guste gastar lo menos posible.
Los recuerdos que tengo de estos lugares me llevan a una época en la que a unos cuantos de nosotros, nos dio por no abrir las puertas hasta que alguien pasara por el lugar y la abriera y así, aprovechar el momento para pasar mientras permanecía abierta. Lo hacíamos en tromba, para no tocar ni siquiera los marcos.
Me acuerdo de un día a la hora de comer y quedarnos en el trayecto este, que va desde el vestíbulo principal hasta el pasillo de entrada de los comedores, con la entrada por el patio interior y llegamos tarde a comer por más de diez minutos porque no pasó nadie en ese tiempo, hasta que Federico, el educador, que también llegaba tarde, entró a toda prisa y al verlo llegar con el maletín de la mano y el paraguas en la otra, nos levantamos de los bancos de madera con la mesa de centro en medio, que hay en el pasillo, como si estuviéramos de visita y salimos corriendo detrás de él, para aprovecharnos de su esfuerzo titánico de ir abriendo las puertas. Al ver la situación, se dio la vuelta para preguntar inquisitivo, qué que es lo que estábamos haciendo. Al inventar una excusa tonta dijo: "Ideas de Gangoso, seguro" y es que le tenía ojeriza.
En aquella época, no solo nos aprovechábamos de estas situaciones tan pueriles; intentábamos no pagar nada para que otros nos invitaran y como siempre estábamos sin un duro, abordábamos a los novatos y sin mediar palabra, los poníamos boca abajo agarrados por los pies para que se les cayera el dinero de los bolsillos del pantalón y les decíamos que era el impuesto revolucionario. Amañábamos los las tómbolas que preparaba Juan Andrés, como ya comenté en otra ocasión y actos parecidos que nos dio por hacer, por ello, decidimos llamarnos "LA TRIBU DE LOS GORRONES".
Con el tiempo esto ha cambiado, que nadie piense que seguimos en el mismo plan, aunque a todos nos guste gastar lo menos posible.
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