Como dice Ricardo, todos los que formamos parte de este grupo genuino, fuimos especiales y con cualquier integrante del mismo podíamos tomarnos una cerveza o lo que fuera sin problemas y hablar sobre la mayoría de los temas del momento y reírnos a gusto de las historias que nos pasaban en aquellos días.
El tiempo y la distancia, hacen que las amistades sean difíciles de mantener y nosotros tampoco somos los mismos, aunque en esencia seamos como los adolescentes de hace 25 años, ya que todos teníamos una personalidad bastante definida y aunque los años pasen, algo queda. Sin embargo aquellos tiempos sabemos que nunca volverán.
Estas reuniones que hemos hecho, creo que han servido para recordarnos que no solo compartimos años de estudios en unas circunstancias concretas, si no que, ocurrió algo indescriptible, mágico entre nosotros que hizo que hoy podamos hablar sobre ello.
Seguramente, cualquiera de las aventuras, anécdotas, vivencias y hechos ocurridas en cualquiera de los años cursados, tanto individuales como colectivos, servirían para que un guionista de Hollywood, hiciera una de esas típicas películas de universitarios o de institutos y serían un éxito de taquilla.
En una conversación mantenida este verano de 2010 con Julio en un bar de Zamora, me decía que se me veía muy afectado por lo que ocurrió en la Laboral en aquellos años. Es algo que ya había pensado en varias ocasiones y siempre he llegado a la misma conclusión: lo que viví en vuestra compañía ha sido único y sincero. Allí me asomé a una vida desconocida en muchos sentidos; ya tenía amigos en mi pueblo y eran buenos amigos; me sigo llevando bien con alguno de ellos, pero nunca llegué a tener la misma confianza que llegué a tener con los que hice en la Uni. No hice amigos en la mili, me pilló mayor y un poco de vuelta de lo que los reclutas de 18 años necesitaban o vivían en aquellos días y con los que eran de mi edad, no hubo sentimiento, aunque mantuve buenas relaciones. En los diferentes puestos de trabajo por los que he pasado, no he tenido problemas con ningún compañero y me he divertido, manteniendo con muchos una buena amistad, pero sin rebasar el terreno de lo íntimo. En la vida normal con otros amigos que va uno conociendo por razones de vecindad, familiar o cualquier otra forma, he llegado a un límite que me cuesta superar, cosa que con 14 ó 15 años, no me costó con mis amigos.
A todo esto, tengo que sumar que en aquella época, me enamoré de la que hoy es mi mujer y quizás, este sea el motivo por el que también recuerde aquellos días como los más felices de mi vida.
Todo este compañerismo, amistad, lealtad y fraternidad, fue compartida por todos o casi todos, pero cada uno de nosotros, traspasó una línea invisible con algunos de los compañeros. Una línea que, en mi caso al menos, no me ha sido fácil volver a cruzar en todos estos años y en tan diferentes ámbitos de la vida con el resto de las personas.
El homenaje que quiero rendir en esta entrada es para esos dos compañeros con los que nuestra amistad cruzó esa barrera imaginable y se convirtió en un sentimiento que es muy común entre los seres humanos y que todo el mundo trata de describir de una u otra forma. No voy a hacer un ensayo sobre la amistad, ni tampoco intentar definir lo que significa, porque cada uno la vive de una forma distinta, simplemente voy a dejar por escrito una pincelada de lo compartimos juntos.
Ellos son Aguado y Paco, Paco y Aguado. Lo que puedo decir públicamente en este foro, ellos ya lo saben porque lo hemos hablado en muchas ocasiones y aunque no lo hubiéramos hecho, cada uno de nosotros sabe lo que los demás piensa al respecto.
La vida nos ha puesto a los tres en lugares distintos y lejanos entre sí, pero siempre que podemos, hacemos lo posible por vernos y ver a las familias. El teléfono e internet hacen que nos comuniquemos asiduamente y no perdamos el contacto, cosa que no es fácil después de tantos años.
UN PASEO POR SANTA CLARA.
Aguado y yo, o mejor dicho, su familia y la mía, nos vemos a menudo.
Nos hicimos amigos en la Uni y aún lo seguimos siendo. En esta reunión tuvimos la ocasión de estar un rato juntos y eso ocurrió cuando coincidimos, después de dejar a nuestras esposas en casa para ir a tomar unas cervezas, en la confluencia de la Avenida Alfonso XII con Santa Clara y desde allí caminamos juntos al encuentro con el resto de los topos que ya estaban en el Motín. Como he dicho en alguna ocasión, hablamos de las cosas importantes, de nuestros hijos, de nuestros proyectos, de la vida y de lo que nos preocupa ahora. ¡ Qué diferencia de cuando íbamos por esa misma calle y lo que nos preocupaba era mirar debajo de los vestidos de las maniquíes para ver si llevaban bragas o escardar remolacha o jugar a "pared"!
Cuando fuimos estudiantes, compartimos no solo habitación y mucho tiempo juntos, también experiencias vitales de todo tipo. No creo que fuera coincidencia que nos pusieran a los amigos en las mismas habitaciones, seguramente esa forma de actuar de los directores de colegio, fue otra de las cosas buenas que hicieron con nosotros para que estuviéramos más a gusto y hacer de nuestro paso por la Laboral un grato recuerdo.
Tengo muchos recuerdos de aquellos años y tengo que decir que muchos de ellos, fueron protagonizados en compañía de Aguado.
Si antes he dicho que me enfadé con Isidro por abandonarnos tan pronto, cuando lo hizo Aguado, me sentí como si me faltara algo y sentí tristeza por dos motivos: uno, pensando de forma egoísta; me quedaba sin uno de mis mejores amigos y el otro, porque el era el más perjudicado en su decisión, que no hubo forma de convencerlo para que estudiara en el verano y recuperara en septiembre como tuvimos que hacer los demás. Me consuelo pensando que a día de hoy sigue estando con el mismo espíritu de entonces y contar entre mis mejores amigos.
Podría recordar cientos de momentos de toda índole, pero con Manolo, voy a tocar un tema que me hace rememorar mis primeros tiempos de noviazgo con la que ahora es mi mujer y que mis amigos estuvieron en la gestación de nuestros primeros momentos de empezar a salir, etc.
En aquella época (1º de F.P.II), mi novia trabajaba en Reglero (la fábrica de dulces y galletas) y siempre me las arreglaba para que alguno de mis compañeros de habitación, me acompañara hasta la puerta de la fábrica para ir a esperarla cuando salía de trabajar. No iba todos los días, pero uno o dos por semana, si que lo hacía. Tenía que convencerlos de alguna manera para que fueran conmigo y ésta consistía en invitarles a un pastel de "La Gobierna", que entonces estaba al lado del Gobierno Militar. ¡Vaya amigos!: Almendrados de veinte duros y merengues de 60 pesetas, eran sus preferidos ¡Qué ruina con ellos! Y lo peor era que desde allí mismo se me daban la vuelta la mayoría de las veces.
Un día no fui a esperarla y tampoco estuve en compañía de los dos mequetrefes y cuando me los encuentro, que ellos si se habían ido por ahí, ya entrada la tarde, cada uno tenía un paquete de "colombianos", que si recordáis, eran unos barquillos de coco que se hacían en Reglero y que estaban muy buenos. Yo me mosqueé extrañado porque esa operación, nunca la habían hecho antes, entre otras cosas, porque no tenían dinero...como todos. Ese exceso a mitad de semana no era normal y se me ocurrió preguntar el motivo. Ellos, ya compinchados, respondieron que se las había dado Juli, que como yo no había ido a buscarla, se encontró con ellos y se las dio a ellos y que no me dieran.
Eso me enfadó mucho, no sé si con Juli o con ellos por no darme ni un solo colombiano. Se pusieron mano a mano, cada uno con un paquete y no fueron capaces de darme ni uno solo, mirándome con desafío y socarronería. Mi cabreo fue en aumento, en la misma proporción en que los dos amigos se divertían con mi estupefacción. No lo pude soportar y después de insistir unas cuantas veces me retiré abatido y con síntomas de evidente desamor que pagaría mi novia al día siguiente (entonces, esas cosas las medíamos así).
Cuando volví, ya más calmado y a la hora de la cena, les dije que si nos bajábamos a cenar y casi sin hablar, tumbados cada uno en una cama, como si acabaran de salir de una orgía romana, con una barriga a punto de estallar, me dijeron que hoy disculpaban la cena. Estaban para reventar los tíos. Se habían comido los colombianos de uno en uno hasta no dejar ni las migajas y no sé si fue por hambre o porque no me comiera ninguno. No creo que pasaran una buena noche y creo que no fueron capaces de desayunar al día siguiente. Ahora que yo tampoco dormí, pensando en la traición que me había hecho mi novia y mis dos mejores amigos.
Hasta pronto Aguadejo. Un abrazo.
VIAJES DE IDA Y VUELTA
Este espacio lo reservo para el otro compañero de habitación: Paco.
Con él tuve la suerte de tener más tiempo para compartir, ya que seguimos siendo compañeros de habitación en 3º (recordad la habitación "El polo norte", justo al lado de la huevería), nos aventuramos a hacer C.O.U. en el mismo curso, junto a más compañeros topos y de los mejores, que esta época también daría para otra película. Todos los acontecimientos que nos han ido pasando en la vida, hemos tenido fortuna de compartirlos, bueno, no quiero seguir con esto que me emociono.
Para esta reunión, volvimos a compartir viaje de ida y vuelta Zamora-Madrid y ello nos permitió tener unas cuantas horas para ponernos al día en muchas cosas que se quedan en el tintero cuando hablamos por teléfono. Lo mismo que con Aguado, cuando hablamos, parece que estuviéramos tumbados en nuestras camas de la Uni, con la mirada fija en el techo de la habitación y contándonos confidencias que solo a ellos se les pueden contar, como hacíamos con 16 ó 17 años.
Paco sigue teniendo ese humor tan suyo, que aunque no quieras te tienes que reir. Puedo asegurar que es una de las personas que te puede hacer reir a carcajadas durante días enteros y decirle que pare porque te duelen las mandíbulas y eso aunque los condicionantes de la vida no sean siempre los más positivos. ¡Que mmmajjjo!
Rara es la anécdota o aventura que viviera en la Uni, en la que no estuviera Paco, con lo que puedo contar una por día si me acordara de todas.
Mi intención es esa, ir contando cosas en este blog de lo que hacíamos un poco todos y hacer una especie de diario de La Octava, con varios puntos de vista, incluso del mismo acontecimiento. Por mi parte lo voy a intentar, pero sé que no todos pueden, quieren o le apetece. De momento, voy a contar algo de lo que mi amigo solía hacer sin la mayor importancia y como ejemplo de su personalidad.
Estábamos en el último curso y no sé a qué altura del mismo, pero nos enviaron a un nuevo educador y tampoco sé el motivo: Durán.
No sé si lo recodáis; un tío muy majo, que tuvo la mala suerte de que un vespino se lo llevara por delante y le quitara unos cuantos dientes. Me lo encontré en Salamanca una vez, cuando estudiaba biología y estuve tomando unas cañas con él y me dijo que fuimos un curso estupendo, que se divirtió mucho con nosotros y que en cierta manera nos envidiaba cómo éramos.
Paco y yo éramos unos dormilones compulsivos y tengo que reconocer que la culpa la tenía yo, que me gustaba acostarme pronto y eso, con el tiempo se contagia y debe ser cierto que entre más duermes más quieres. Nos deprimíamos al ir por las habitaciones y ver a algunos estudiar o copiar dibujos del Mauro con las hojas de las ventanas (al final, nos tocaba hacerlo a nosotros y en el último momento), otros escuchaban música, otros cerraban la habitación por dentro y huían de nosotros como de la peste, si podían. En la habitación donde éramos bien recibidos era en la de Chin y Julio, pero también nos terminaban echando a almohadazos o como pudieran. No nos quedaba otra alternativa que retirarnos vencidos a nuestros dominios, que eran fríos de cojones en invierno y pertrecharnos con 5 ó 6 mantas para meternos en la cama (cada uno en la suya, que nadie se equivoque, que Paco es muy hombre, tiene 3 hermosas niñas y yo un niño y siempre nos respetamos mutuamente) y hablábamos hasta que nos dedicábamos un tímido "hasta mañana", si no nos dormíamos antes.
¡Qué poco estudiábamos! Un día de esos, al final de curso, en los que todos estudiabais como locos para los exámenes finales, nos dignamos ir a la habitación y bajar de las estanterías de las mesas los libros de matemáticas y dejarlos abiertos con el flexo encendido. En esto, que llega Manuel Rodrigo, el director de colegio y nos pilló de esa guisa. Aquel fue el día en que la suerte nos sonrió por primera vez en toda la historia de nuestros estudios. Desde ese día, el cuerpo educativo nos miró con condescendencia y si encuentro la carta que les mandó a mis padres, al final del curso, la publicaré, pero es de las que me hacen el culo gaseosa.
Ya hacía tiempo que alguien había mangado el equipo de música que utilizaban para despertarnos y la nueva forma de hacerlo, era que los educadores, muy dignos ellos, recorrían los pasillos de los dormitorios dando voces y tocando las palmas para despertarnos. En nuestro caso, esperábamos al ultimísimo momento para levantarnos, coger los libros y de camino ir al baño a mear y lavarnos la cara o los ojos, dependiendo de la época del año. Recordad que estábamos al final del pasillo y no era cuestión de malgastar energías por la mañana luego, de ir a lavarte y volver a buscar los libros.
El primer día de educador de Durán, en vez de solo dar las palmas y las voces, se le ocurrió dar con los nudillos en las puertas de las habitaciones que no daban señales de vida, entre las que se encontraba la nuestra.
Paco, ante la insistencia de nuestro querido educador, termina por despertarse y con gesto contrariado, se levanta de la cama con el pelo revuelto, ojos hinchados, dedos de los pies levantados para intentar no tocar el gélido suelo, abre la puerta y le espeta a Durán en voz baja: "hombre, no des esos golpes tan fuertes que nos vas a despertar" y vuelve a cerrar la puerta. Yo le digo "bien hecho" y nos volvimos a la cama.
No vimos la cara de Durán, pero pasaron al menos 30 ó 40 segundos hasta que volvió a llamar, esta vez más tímidamente. Paco se volvió a levantar y a abrir la puerta, para encontrarse al educador con gesto de paciencia infinita, las manos entrelazadas a la altura de la entrepierna y repiqueteando con la punta de su zapato en el terrazo. "No me toquéis los cojones el primer día y os quiero ver levantados ya".
Ese día le hicimos caso, pero al poco tiempo, volvimos a nuestra rutina, tan solo superada, en cuanto a lo de levantarse, por nuestro delegado.
Paquirriquiconico, espero verte pronto, hasta entonces, un abrazo.