viernes, 11 de enero de 2013

NUNCA DEBIMOS REMONTAR EL GUADIANA,….. EN AUTOCARAVANA. (based on a true history) (V) Por Chin




“Estaba el servicio a mi cabecera; y, a la media noche, no hacían sino venir presos y soltar presos. Yo que oía el ruido, al principio, pensando que eran truenos, empecé a santiguarme y a llamar a Santa Bárbara. Mas viendo que olían mal, eche de ver que no eran truenos de buena casta.(…..), al fin, vime forzado, a intercesión de mis narices, a decirles que mudasen a otra parte el vedriado” (Francisco de Quevedo, “La vida del Buscón llamado Don Pablos” pag 157).
Chipiona huele a flores. Si llegas por la carretera desde Sanlúcar, hay muchos invernaderos donde cultivan flor fresca, el aroma te acompaña, y no te deja hasta que te acercas a la costa y la brisa se encarga de difuminarlo.  Es una sensación muy agradable.
Cuando llegamos al pueblo, de noche,  seguimos   la señalización:  “Parking vigilado”, (ponía en un cartel cutre escrito a mano) y fuimos a dar a un solar vallado, en el centro. El cobrador, ejercía también de vigilante y de portero.  Ostentaba, en pantalón y camisa, sendas guarniciones de grasa cubiertas de polvo, que parecían haberse aquerenciado entre las costuras rancias de lo que algún día fue uniforme; barba de una semana cana y rala, olía a demonios y era endiabladamente feo; parecía más Cancerbero que San Pedro así que  desistimos de aparcar allí, no fuésemos a dejar al lobo, la guarda y custodia  de las ovejas. El pueblo preparaba su feria de septiembre y el día siguiente   transcurrió sin sobresaltos dignos de mención. Sólo un camarero borde y gandul que en vez de andar a lo que tenía que andar, estaba dándole coba a unas niñas y se le olvidó traernos la mitad de las cosas que le pedimos, sin embargo, no se le olvidó ponerlas en la cuenta, por lo que Conchi, que resulta demoledora en estos casos, a punto estuvo de tenerle que sacar los dientes. No hizo falta, sólo con verle la cara de fiera, el tipo eludió la pelea.
Por fin, casi cinco días después de nuestra partida, el tiempo se decidió a cambiar. La tormenta empezó a las 4:00 a.m.. Grandes truenos, (sin aparato eléctrico, eso si) se encargaron de despertarme. Miré por la ventana… ni dios. ….joer! ya era hora, dije yo pa mis adentros,  mientras aguantaba el tipo. Aquello iba en aumento y esperé un rato a ver si descargaba; cuando empezó a granizar, caían yelos del tamaño de una anguila y los drenajes casi no daban abasto a evacuar.  Una vez que la furia de los Dioses fue apaciguada, esperé un tiempo prudencial para  la absorción del fango, y cuando lo consideré oportuno,  como estaba aparcado  sobre una rejilla, aproveché pa vaciar la casette. Con el fin de disimular un poco la peste que siempre dejaba tras de si esta obligación diaria, eché las aguas grises encima. Aún así, la nube tóxica permaneció en toda la manzana. Cuando empecé a oír las sirenas de los equipos de emergencia de la Junta de Andalucía, que, supongo venían a acordonar la zona, giré la llave de contacto, metí primera y, como flotando, y sin despertar a mi gente,  puse rumbo a la última etapa  andaluza de  nuestro   viaje: Zahara de los Atunes (to be continued)

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