martes, 14 de mayo de 2013

LOS GUINDILLEROS NOCTURNOS Parte II

Llegamos al acuerdo que para que nadie se rajara a la hora de ingerir la hortaliza o verdura, ya que no está clara su clasificación, deberíamos de comerla todos a la vez y por supuesto, dándole un buen mordisco. Eso hicimos. Al principio y estoy hablando de un segundo no más (como dicen los mejicanos), no se sentía nada en especial, pero transcurrido ese segundo sin vuelta atrás, aquello fue una explosión de dimensiones nucleares, todos empezamos a escupir los trozos que teníamos en la boca e intentar extraer cualquier resto de la infecta guindilla de la lengua con manotazos y pellizcos a la vez que pataleábamos, primero sin movernos del sitio y después, saliendo en estampida de la tenada, sin rumbo ni dirección definida, solo correr y correr con la boca abierta para refrigerarla sin importar la lluvia ni el barro. Ahora comprendíamos a la burra del tío Eulogio y el porqué de su huida con los ojos desorbitados y el rabo levantado, sin consuelo, ya que nosotros estábamos en las mismas circunstancias.
 El efecto tardó más de una hora en remitir y los morros y hocicos, se nos pusieron como los de Kunta Quinte. Aquello era la bomba y no había mejor prueba de valor que esta, para demostrar el merecimiento de poder entrar en la banda. Nos hicimos con una buena provisión de ellas, algunas de las cuales las elegimos de color amarillo, que los entendidos decían que picaban aún más, pensando en los futuros miembros, que si querían pertenecer a la banda, tenían que sufrir unas consecuencias peores que las nuestras, ya que nosotros éramos los fundadores.
Al principio de la fundación sólo éramos cuatro miembros; Miguel, su hermano Eloy, Pino (dueño de las guindillas) y yo, pero ese mismo día hicimos otro adepto; Adolfito.

Todavía se me saltan las lágrimas de la risa cuando me acuerdo de cómo corría por la Gurrieta, ya sin tanto barro en las calles, pero con un borchorno insoportable, sin darme cuenta de que pocas horas antes, éramos nosotros los que parecíamos el correcaminos huyendo del coyote de una de sus trampas ACME. Cómo no se creía que nosotros habíamos ingerido aquel fuego abrasador, pero que no estábamos dispuestos a repetir tal hazaña y menos ese día, decidimos que para ser miembro definitivo, teníamos que pasar una prueba más de valor y así, Adolfito se quedaba contento porque iba a ser el quién decidiera dicho acto de valor. 

En la Gurrieta estaba ubicada la "casa del maestro", un vestigio de épocas más esplendorosas del índice demográfico de Carrascal, en las que el pueblo estaba plagado de niños, que más tarde abandonaron para emigrar a zonas industriales o a otros países, y se necesitaba la presencia de un maestro para los niños y de una maestra, también con su respectiva vivienda y escuela para las niñas. Esta casa era particularmente tétrica y todos los chavales le teníamos un miedo psicológico de oír las historias de terror que contaban los chicos mayores sobre ella. La casa tenía acceso a dos calles, una por la parte delantera y otra por la trasera y entre las dos puertas habría como unos 50 m, incluido el corral de la parte trasera. En aquella época ya había comenzado el vandalismo y pese a los esfuerzos de los abuelos de mi amigo Miguel, que vivían al lado, de mantener la casa a salvo, ésta se encontraba con las puertas abiertas.

La prueba de valor que eligió Adolfito, consistía en que, ya de noche, deberíamos cruzar la casa de puerta a puerta y con eso quedaba claro que uno había estado en la casa del maestro de noche y esto, no lo podía decir cualquiera.
Creo que desde ese día, comenzó mi afición por el atletismo y la velocidad, porque creo que ningún chico de 10 ó 12 años, haya hecho 50m no lisos en menos tiempo que yo.

Ya éramos Guindilleros nocturnos.

1 comentario:

  1. es peor las guindillas en el culo que en la boca, ergo, la burra las pasó bastante más putas que vosotros, jajajajaja....

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