Mi primer viaje a París, lo recuerdo con un especial cariño ya que, como dice Cocodrilo Dundee en una de sus películas, es "mi primer viaje y punto". Nunca había salido de casa, lo más lejos que había ido era a varios pueblos de la provincia de Zamora en visitas a los campos de fútbol de 1ª Regional con el Carrascal.
Corría el mes de marzo de 1983, cursábamos 1º de F.P.II y aún tenía 16 añitos a punto de cumplir los 17.
Se presentó la oportunidad de que mis tíos iban a ir en coche para llevar a mi prima, que estaba estudiando en Zamora con sus padres en París, para que estuviera con ellos en las vacaciones de Semana Santa y no me lo pensé. El viaje en coche fue un desastre de dimensiones apocalípticas en cuanto a las relaciones familiares, pero mi prima y yo, nos abstraímos de todo y disfrutamos del paisaje, aunque no nos veíamos las caras porque en medio de los asientos traseros había una pila de cajas separándonos. Yo daba con la cabeza en el techo del Renault 9 y con el suave movimiento, acabé por hacerme un peinado a lo "afro" apreciable en las fotografías de los días posteriores. Ni que decir tiene que a esas edades, lo de lavarse con frecuencia o ducharse, no entraba en mis planes y creo recordar que sólo me duché una vez en los 9 días que duró la aventura por lo que mi peinado duró así los días de las vacaciones. Hicimos noche en Bilbao, en el piso que aún conservaba mi tío en su paso por allí cuando era profesor de instituto. Al pasar la frontera francesa, el coche se estropeó y tuvimos que recabar en un taller de la localidad de Hendaya. Para mí, eso no supuso ningún contra tiempo, porque me dio la oportunidad de ver el mar por primera vez en mi vida y aunque hacía un día desapacible de viento y lluvia, la visión de aquella inmensidad de agua y las olas encrespadas de espuma blanca, se ha quedado grabada en mi memoria para siempre. Permanecimos en Hendaya unas dos horas hasta que arreglaron el problema eléctrico y desde allí, no paramos hasta París.
No os podéis imaginar el impacto que causó en mí aquella metrópoli. Nunca había visto una ciudad tan grande, ni siquiera Madrid, pero creo que por aquel entonces, las diferencias de modernidad y libertad con el resto de Europa aún eran evidentes y el hecho de encontrarme con tanta información visual, me conmocionó. Miraba las cosas con ávida curiosidad y de aquellos días todavía guardo escenas imborrables; nunca había visto tanto negro junto o quizás, no había visto ninguno y cuando los veía, me quedaba mirándolos como un idiota, porque además, vestían o se peinaban con un estilo que yo no había ni imaginado y uno de ellos en la estación de metro de Nation, cerca de donde vive mi tía, al quedarme mirándolo, me espetó: ¿TU VEUX MA FHOTO? (¿Quieres mi foto?) No hizo falta que mis tíos me lo tradujeran, porque al verle la cara de desprecio y de cabreo por estar mirándolo, volví la mía a otro lado inmediatamente.
Debo decir que algo de francés si entendía porque en la E.G.B, estudié el idioma, además de escuchar a mis primos todos los veranos cuando hablaban entre ellos y de eso, algo se me quedaba.
De los días que pasé en la ciudad, recuerdo la mayor parte de lo que hice, pero no voy a hacer un relato exhaustivo, solo contaré lo más reseñable.
Debo decir que en la familia, en esos días, estaban muy ocupados, dado que para mis tíos, no eran vacaciones, mis primos-as, eran demasiado pequeños (10.12 y 14 años), mi tio conductor, iba a su rollo y la otra tía que nos acompañó en el viaje, que había estado unos cuantos años trabajando en París, también iba al suyo, por lo que la mayor parte del tiempo estuve yo solo.
Cuando mi tía me lo recuerda ahora, me dice que no sabe cómo me dejó salir a mí solo por una ciudad tan grande, desconocida, con idioma diferente y a un niño que no había salido de un pueblo. Me dio un plano de metro, un billete de 10 viajes de metro, el código de entrada a casa para el portero automático, el número de teléfono y la dirección y unas chocolatinas,galletas y un refresco de fresa que estaba buenísmo y a la calle a conocer mundo.
Quedé maravillado con todo lo que veía; entendí porque se le llamaba la ciudad de la luz y cada monumento, edificio, calle, escaparate, jardín, barco o gentes que veía, me deslumbraban y llenaban mi mente de imágenes nuevas y modelos nuevos de vida que hasta entonces no había visto.
Desde entonces, soy un enamorado de París y con la suerte de seguir manteniendo a parte de mi familia allí, cada vez que podemos, hacemos una escapada. Tengo que decir también, que mi mujer y mi hijo comparten los mismos sentimientos que yo.
Una de mis escapadas la hice a la zona más golfa de la ciudad: Pigalle, la zona dónde está Le Moulin Rouge y todas las tiendas Sex-Shops que uno se pudiera imaginar. Yo nunca había visto tal acumulación de sexo y desenfreno en mi vida. Por todos los lados había chicas que se ofrecían a hacer servicios de carácter obsceno y charlatanes ataviados con vestimentas llamativas, ensalzaban los placeres que proporcionaban los espectáculos de sus locales e invitaban a los transeúntes, turistas y curiosos como yo a entrar por las engalanadas puertas de sus antros. Yo, furtivamente, me colé en un local de vicio y depravación, donde había unas maquinitas que si le echabas un franco y te asomabas por un ridículo visor, veías unos 12 ó 14 segundos de una película porno (lo más culminante). En mi vida había visto ese tipo de imágenes en movimiento y quedé estupefacto con la visión, pero acto seguido, cuando estaba metiendo mi mano en el bolsillo, para coger otro franco y dirigirme a otra máquina, un zarpa me cogió del hombro y me escudriñó la cara, diciéndome algo que no quise entender y le contesté: "JE NE COMPRENDS PAS", pero no se rindió y en un perfecto italiano me preguntó ¿"DICIOTTO"?. Tonto de mí, le dije en español: "16" y por poco me saca a patadas del local.
Otra de mis anécdotas de aquel viaje está relacionada con el único día que uno de mis primos, que por aquel entonces tenía 20 años y que no vivía en París, si no en una localidad de las afueras, vino para sacarme por ahí. Me llevó al barrio latino y también a los tugurios del lugar, donde, en algunas de sus calles, se ejercía el oficio más antiguo del mundo y como mi primo era y sigue siendo un caradura, lo pasamos en grande, pidiendo servicios y precios, de esta manera, nos acercábamos a las chicas y les veíamos de cerca en su casi desnudez, para terminar corriendo de ellas cuando comprendían las intenciones de mi lascivo primo y su inexperto acompañante quinceañero. Alguna de ellas, a punto estuvo de arrearnos con el bolso en el cogote.
Ese mismo día, subimos, al atardecer, andando las escaleras de la Tour Eiffel y la impresión fue indescriptible: la ciudad a mis pies, que se perdía en el horizonte de incipientes luces, los Bateaux Mousses dejaban estelas rizadas en las oscuras aguas del Sena y la gente en un suelo a más de 300 metros de mí, pululaba como si fueran hormiguitas.
En el segundo piso, conocimos a una extraña pareja alemana de unos 20 años también y nos hicimos amigos suyos para el resto de la tarde. Era curioso; el chico sabia alemán y español porque su madre era española, la chica, hablaba alemán e inglés, mi primo, francés y español y yo solo español, pero nos entendimos bien, aunque con un poco de lentitud. Recuerdo el largo paseo por Les Champs Elysés, las Crèpes de Nuttella, coco y plátano que nos comimos los cuatro, camino de su hotel y la búsqueda de una tienda dónde comprar una botella de vino, porque la alemana, no se iba a la cama si antes no se bebía una botella de vino.
Otro episodio del viaje tiene que ver con unos extraños artefactos que había en la mayoría de las rues y de los boulevards céntricos y que con unas letras luminosas verdes, anunciaban "Toilettes". Sabía lo que significaban, pero por más que intentaba abrir la puerta para entrar a hacer mis necesidades, me veía incapaz y pensaba que siempre estaba ocupado. Al final, mi tía me explicó que había que meter una moneda y entonces se habría la puerta, el luminoso se ponía en rojo y te permitia entrar. Lo probé por aquello de la modernidad y la verdad es que me dio un poco de grima porque al sentarme, lo noté calentito y pensé que alguien lo acaba de usar. Lo que sí me gustó fue que mientras lo utilizabas, tenían música ambiente para que la estancia fuera más agradable. Después me explicaron que cuando era utilizado, se giraba y se lavaba completamente con agua caliente, de ahí el calorcito.
En el fin de semana, fue cuando mi tía, el sábado y mi tío el domingo, me sacaron por otros lugares de la ciudad y alrededores. Mi tía Anita siempre ha sido muy generosa conmigo y cuando salí con ella, me compró todo lo que yo quería. Hay prendas de las que uno no se puede olvidar y las tres cosas que me compré en aquel viaje, no me puedo olvidar: unas deportivas adidas blancas con velcro (nunca vistas en España) y de las que no me quitaba ni para dormir (Así olían después), una sudadera de AC/DC gris con el cañón de "For Those About to Rock" en negro y un gersey con las mangas rojas y el número 6.
Regresamos también en coche, aunque sin mi prima, justo para llegar al último día de vacaciones.
Aquel viaje, no es que me cambiara para siempre y tuviera una experiencia que hizo ver la vida desde otro punto de vista, pero abrió mis ojos al mundo y comencé a despertar y a comprender todo lo que se nos venía encima en España.
1.- te habrás quedao a gusto, cabrón, vaya testamento.
ResponderEliminar2.- de la zapatillas creo que me acuerdo,aunque tu siempre usabas la adidas clásica, blanca con las rayicas negras, (a que si??), pero de la sudadera de AC/DC y del pulover con el seis, parece que te estoy viendo ahora con éllos puestos.... si que le sacaste partido , si