Aunque no estaba en nuestra ruta
inicial, nos fuimos a pasar la tarde a Vejer, que está a 7/8 km de Barbate.
Como nos gustó tanto el pueblo, nos quedamos a dormir y hasta el día siguiente
no nos fuimos. Vejer de la Frontera es un pueblo blanco y precioso que está en
lo alto de un cerro. En el casco antiguo, todavía amurallado, se conservan bien
los vestigios de la convivencia de las tres culturas; donde termina la
judería, hay una iglesia que ha sido
ocupada por una peña flamenca. El templo estaba en ruinas, y los peñistas lo compraron y restauraron. En
lo que fue el altar mayor, tienen
dispuesto un escenario donde todos los miércoles y sábados ofrecen conciertos.
La sacristía, ha sido reconvertida en camerino, y, bajo el púlpito, se ubica el
excusado. Por sus dimensiones parecía el de la bicha. La barra del bar, se encuentra nada más
entrar, supongo que para recordar a los turistas, (que se asoman a cientos al templo), que es mu bueno pa la salud,
parar a tomar una cerveza de vez en cuando. Como de cada 20 que se asoman, sólo
consume uno, nosotros nos sentamos y
estuvimos equilibrando un poco esos ridículos guarismos, lo que además nos
permitió conocer estas historias que os cuento por boca del fulano que tiene la concesión de la tasca de la
peña.
A la mañana siguiente, salimos
para Sevilla con el fin de devolver la bicha. Delante del dueño, y con el fin de
no dar muchas explicaciones acerca
de las estrecheces sufridas a lo largo
de una semana de convivencia en semejante trasto infernal, (somos Peláez y
odiamos dar discuentos) estuvimos un
ratico adulándola , ensalzando la gran cantidad de espacio disponible y
alabando sus virtudes como astringente. Una vez que amarramos la fianza,
cogimos nuestro coche, que había quedado en la nave, y nos encaminamos hacia la última etapa de
nuestras vacaciones: Albacete. Fuimos por Valdepeñas, que aunque es el trayecto
más largo, es en el que menos tiempo se invierte. Además, de Valdepeñas es
Matías, con el que conservo una gran amistad desde nuestros tiempos de la
Universidad. En la localidad vinatera, celebraban la fiesta de la vendimia, así que antes de las gachas y los huevos con
cebolla que siempre me apaña cuando voy a verlo, salimos a tomar un vinillo.
Actualmente, en los escasos momentos en los que las hipotecas y otras
obligaciones contractuales adquiridas, nos permiten disfrutar de nuestro amigo,
damos un repasico a los emocionantes momentos vividos cuando compartíamos piso y aula en Albacete,
en los noventa. Una vez vino conmigo a SanTirso, el genuino, el del
invierno, y en el camino, le hice memorizar las Glorias y otras loas al
Santo. Estuvo borracho las 72 horas que duró su estancia en Arquillinos
La atracción casi magnética que
ejerce Albacete sobre Conchi, nos obligó a reemprender la ruta. Cuando definitivamente enfilamos el morro del
auto hacia la capital manchega, a ella le sudaban las manos. Le ocurre siempre,
por los nervios, y si es en septiembre, le sudan el doble, por La
Feria. Valdepeñas, La Solana, Alhambra,….. ancha es Castilla; de
repente, empiezas a descender, la carretera se vuelve más sinuosa y en un minuto pasas, de la pardusca aridez de La Mancha, al azul fresquito de Las Lagunas de Ruidera. Por fin,
7 días y 1.500 km después de comenzar a
remontar el río en Isla Canela, el azul infinito de Las Lagunas, ponía colofón
a nuestro extraño navegar; al pasar
por la Laguna del Rey, la más cercana a
la carretera, no pude evitar una
sonrisa al acordarme otra vez del
Nissan Juke. (The End)