La mayor parte de mi educación académica en los primeros años de la E.G.B. la pasé en el Colegio Público Nuestra Señora de La Candelaria en Zamora, pero los primeros días del curso de 1º de E.G.B. los cursé en la Escuela de Carrascal. Me imagino que habría algún tipo de problema de terminación de las obras de acondicionamiento del colegio y hasta que no estuvo terminado, no nos trasladaron a dicho colegio y hasta entonces estuvimos dando clase con el maestro del pueblo.
Íbamos todos los chavales juntos en la misma aula, sin distinción de edades y era el polifacético profesor el que se las tenía que ingeniar para impartir las materias específicas a cada edad o curso.
En aquel entonces, seríamos como 30 ó 35 chicos comprendidos entre los 6 añitos, que tenía yo y otros 3 compañeros más y los 14 ó 15 de los de 8º, porque algún repetidor había.
Nos llevaban y traían en autobús todos los días y sobre ese particular, podría contar cientos de historias asociadas a los viajes diarios Carrascal-Zamora-Carrascal, porque tengo grabados muchos en la memoria, pero no quiero extenderme en recuerdos tan arraigados sólo a una remembranza grupal de mis compañeros de infancia.
De los días que pasé en la escuela de Carrascal, tengo vagos recuerdos, pero hay uno que no se me olvida por más que haya pasado el tiempo.
No sé de dónde me vendría aquella pasión tan temprana por los coches, pero tuve la manía de que el bólido más bonito del mundo era un Ferrari de nombre DINO. Tal era mi obsesión por dicho automóvil que allá donde podía dejaba grabado su nombre a "sangre y fuego". Uno de esos lugares, fue el pupitre donde me sentaba en compañía de mi amigo Berna. No lo escribí una ni dos veces, si no decenas de veces, hasta que el maestro me pilló en la insensata hazaña.
Como no tenía la maña necesaria para lijar la madera del pupitre, la responsabilidad recayó en mi hermano Javi, que es casi cinco años mayor que yo y que aún hoy, me recuerda el hecho de mi afición por el grafiti y los coches.
De lo que también me acuerdo, es que durante una época, los chicos del pueblo me apodaron "Dino".
Pasados los años, ya cuando habíamos terminado el colegio y estaba en la Laboral, desmantelaron las viejas escuelas, tanto de chicos como de chicas, que por aquel entonces, estudiábamos separados y sacaron todo el mobiliario de los ruinosos edificios. Me dio mucha pena ver apilados todos los pupitres destartalados unos encima de otros, los viejos libros y enciclopedias raídas por los años de olvido y arrinconamiento en armarios de fácil acceso para los roedores, que habían hecho de ellos su dieta rica en celulosa de rancia convicción académica del régimen franquista.
Busqué entre los tristes pupitres biplazas y aún pude encontrar mi firma automovilística un tanto desdibujada, pero legible. Seguramente, mi hermano no fue capaz de lijar con la suficiente energía una de tantas que garabateé y allí aparecía en bajorrelieve unas letras firmes y seguras: "DINO FERRARI".