Resulta que esta tarde he ido a ver una plantación de pino piñonero que yo hice en
el año 2000, en Villamor de los Escuderos; Villamor, es un pueblo de transición
entre la Tierra del Vino, y la comarca
de Toro-Guareña. La tradición vinatera de este y otros pueblos de la mitad sur
provincial, se delata con la presencia
de bodegas bajo las casas. Pocas casas
hay, incluso de las modernas, que no tengan una bodega debajo. Este tipo de
bodegas suelen tener una bajada muy abrupta debido al escaso espacio
longitudinal en el que se desciende. Las incómodas escaleras, dificultan en gran medida la bajada; si se
trata de subir, una vez que has probado
todos los vinos, blancos, tintos y claretes, de
las 5 ó 6 últimas cosechas, la tarea se presenta francamente complicada.
Estos caldos caseros, tienen la virtud
(o el defecto), dependiendo de las causas por las que te entregas al bebercio,
de anestesiar completamente el sistema nervioso periférico, dejando casi intacto el sistema nervioso central, de
modo que aunque tus miembros no obedecen las ordenes de tu cerebro, eres
plenamente consciente de todo, incluso
de estar borracho, lo cual puede parecer una incoherencia. Lo cierto es que aunque quieres moverte, no
puedes; el único movimiento posible es seguir empinando el codo.
Esa sana y española costumbre de que cualquier negocio se termina de rubricar en el bar de
la esquina, tiene su versión aquí, en la
única Tierra del Vino del mundo, donde el lugar para el sellado de los tratos
verbales es la bodega.
Una calurosa mañana
de septiembre, de 1997, recuerdo que era domingo, me acerqué a Villamor a ver
unas fincas de un famoso otorrino de Salamanca que me había contactado unos
días antes para sopesar la posibilidad de
plantarlas de árboles,
en el
marco del programa regional de forestación de tierras agrarias.
El tipo apareció acompañado del rentero que
le atendía las tierras y de un par de sujetos que decían ser primos suyos.
Muchos paseos por las fincas dimos, y
mucho tuve que
darle a la singüeso
para convencerlo;
después de apalabrar los términos del
contrato, y, a instancias de Pepe, el rentero, fuimos a celebrarlo a su bodega.
¡vamos a echar una pinta a la bodega! – dijo con gran alborozo- …. y las pintas
resultaron ser vasos de nocilla llenos de vino. Yo que me conozco la copla,
esperé a que el ama bajase las viandas;
así que hasta que apareció el chorizo,
y a pesar de la sed, me contuve.
¡Prueba este! - le decía Pepe a los primos
del
jefe- , y estos,
presos del ansia viva, se bebían las pintas de
un trago. Uno de ellos,
no llegó al
chorizo. No habían pasado ni veinte minutos, y hubo que sacarlo como a un saco
de patatas;
(en las bodegas siempre hay
una temperatura de unos 12ºC, por lo que si te quedas quieto,
te entra frío;
por eso es preciso evacuar a los que pierden el timón). Como yo era el
más joven de los 5,
me toco el cuadro.
Dejé al tipo a la sombra
de un árbol,
totalmente ebrio, y,
cuando volví pabajo,
ya estaban todos mis compinches zampando chorizo a dos carrillos.
Me enganché a
la molienda,
y a la media hora, tuve que
sacar al otro primo, lo que me permitió comprobar, además,
que el 1º estaba en la misma posición en la que
yo lo había dejado. Reconozco que comí más que bebí, aunque ambos guarismos
fueron un disparate,
pero lo que me
traía de cabeza , era
que dos tipos,
sesentones, fueran a aguantar más charrasca que yo, que por cierto, entonces
estaba en plena forma. Estábamos los tres hablando ya de más,
cuando me di cuenta de que mantener la
verticalidad era tarea complicada. Alguien dijo de ir a tomar café al bar y
empezaron a desfilar delante de mi.
Cuando me puse a subir las escaleras,
lo hacía como un camaleón. Dos parriba, una
pabajo, una parriba, dos
pabajo….. Como
no avanzaba, decidí salir a gatas, y Pepe, el rentero, que me esperaba en la
embocadura para cerrar, cuando me vio de esa guisa , soltó una carcajada y dijo:
¡has tenido que poner la doble tracción pa
subir!